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lunes, 19 de septiembre de 2011

¿Qué les pasa a los hombres?

Iba yo maldiciendo la lluvia, el viento, el frío, el mundo en general y el tiempo en particular, cuando decidí hacer un alto en el tema hombres y explayarme con una sesión de budú mental. Y es que ¿qué les pasa a los hombres?

Tras unas semanas de hastío total, surge el evento que tanto estaba esperando: un concierto de Bucay. Si a eso le añades de compañía a Aitor, Karl y David el plan parece redondo. E imagina por un momento que no sólo va a haber concierto, sino fiesta, ambiente y alcohol. Oh sí, litros y litros de alcohol (hola vodka, me echabas de menos?), perfecto ¿verdad? Pues remátalo con que tras meses y meses de coqueteo ocasional e inconstante, el fin de semana pasado coincidí con Mikel. Y aunque todo estaba en el aire, ya nos hemos ocupado de convertirlo en humo. Más visible, menos abstracto. Sé que le gusto y va a estar el viernes que viene. Así que remata la fiesta con un rato de mimos.

Era el plan perfecto, hasta que dejó de serlo. Y es que, ¿qué les pasa a los hombres? Por lo visto Mikel es amigo de unos conocidos de mi ex, tíos que no tardaron en contarle nuestra historia. En principio, a mí ¡plin! Pero la risa se me tuvo que escapar cuando Mikel me dejó caer que en cierta manera eso lo había hecho sentir un segundón... ¿segundón? Ja-ja. Chaval segundo si comienzas la lista por detrás seguramente no mucho más tiempo después del convierto de este viernes que viene, que tienes a unos cuántos MÁS delante (justo en concordancia con el post anterior, mira tú por dónde).

¿Cómo es posible? Y yo que pensaba que el mito de la princesa y casta doncella había acabado... Es que acaso quedan chicas así, y si quedan, la pregunta sería ¿por qué? Y más aún ¿qué es esto? Hipocresía en su máximo exponente, ni que ellos hubieran hecho voto de castidad. Es más, ahora que lo pienso, lo más probable es que su lista doble o triplique la mía.

Pero al final Mikel se salió por la tangente y dijo que a él le daba igual que hubiera estado con mi ex. Sin embargo sus palabras me inquietaban y tuve un presentimiento, así que lo interrogué.

Si con el drama del segundón me había entrado la risa, en ese momento me dieron ganas de echar a correr; y es que insinuó que quizás él podría querer algo más. Soy mujer práctica y Mikel me cae muy bien, así que con palabras claras, de forma lenta y con repetición de conceptos (lenguaje masculino) le expliqué que yo no quería ahora una relación, que no estaba preparada; y que el tendría que decidir si creía que eso podía influirle o prefería alejarse para no arriesgarse.

Al final, como ya imaginaba, han podido más sus ganas que sus previsiones y se contenta con decirme que tiene ganas de verme el viernes. A mí, tras tanta tragicomedia, lo que me apetece es una copa. Luego ya decidiremos si se acompaña de algo o no.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Cifras y cruces

Ayer hablaba con un amigo y salió el tema de cuántos chicos habían pasado por mi vida. Abrí la boca para contestar convencida, pero tuve que cerrarla de nuevo. No lo recordaba. Me acordaba del primero, de los del último año y para de contar. Pasé la noche intentando recordarlos a todos pero al final decidí abandonar la tarea y concentrarme en un magnífico libro que no pude terminar por exceso de sueño.

Sin embargo, esta mañana sentada en mi sillón negro, con los pies encima de la mesa, un café en una mano y un lápiz en la otra, me he concentrado delante de un papel en blanco. Primero los importantes, ésos que vienen a mi boca tan rápido que parece que nunca abandonaron mi vida -y quizás no lo hayan hecho-. Algunos del principio, otros del final, y luego he ido rellenando huecos.

Al terminar los he contado. No voy a decir la cifra, aunque me ha sorprendido que fueran tantos. De la mitad ni me acordaba, quizás porque fueron amores perfectos, de ésos que duran desde el atardecer de un viernes al amanecer del sábado y nunca vuelves a verlos -¡ni falta que hace!- que precisamente son perfectos porque no dio tiempo a que se fastidiaran. De algunos de ellos no recuerdo ni el nombre -o quizás ni siquiera lo supe en su momento- pero puedo recordar el brillo de sus ojos mientras me acariciaban la cara, o la forma encantadora de decir mi nombre. Otros son de no recordar, errores de los que luego te ríes con tus amigas en una cafetería cualquiera. Hay alguno que otro que todavía hacen que me recorra un escalofrío la columna y me muerda el labio soñadora, está claro que todavía vamos a cruzarnos alguna que otra vez. Y por último está el que parece haber colonizado cada una de tus células, ése que quizás por ser el primero, o por reincidencia sistemática, acapara tantos recuerdos en tu mente; el que provocaba vuelcos en la tripa, tembleque de piernas, sonrisa de boba y lágrimas varias; aquel que hizo que te hizo madurar y al que hoy, después de tanto tiempo, recuerdas con cariño y le deseas lo mejor.

Al final, se lo deseas a todos. Tanto los que se fueron, como los que no. Los que permanecieron como amigos o se convirtieron en ocasionales. Los que apenas recuerdas su nombre o de los que intuyes cada uno de sus pensamientos. Porque si lo pienso bien, en parte -menor o mayor- gracias a ellos -tanto por lo bueno como por lo malo- soy la que hoy soy y por lo que tan orgullosa estoy. Merci.

Retazos de una vida pasada, pero no por ello menos válido.

Que no te engañen. No existen los cuentos de hadas, las princesas viven en cuentos de terror. Cuentos donde nadie dice lo que piensa, ni hace lo que desea; sino lo que se supone que tiene que decir y hacer. Allí, los vestidos y zapatos son incómodos, no dejan correr; ni vivir en realidad. Los príncipes no son tan buenos y no protegen, solo aprisionan y ahogan. Los dragones a su lado son una bendición, y es que por lo menos a esos puedes odiarlos. Porque el problema comienza cuando quien amas es quien te está matando por dentro.