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astrid.rhys.jones@hotmail.com

lunes, 5 de marzo de 2012

Me presento, otra vez, para despedirme

Esto es un adiós. Me presento para despedirme. Y no pienso recordar demasiado ni mirar atrás, me centraré en el ahora, en esta partida. Y es que ya son tres años, hace ya más o menos tres años que escribo aquí con la intención –supongo, aunque nunca demostrada- de entenderme mejor a mí misma.


Podría decir que ha servido a su propósito, pero mentiría. Podría decir que he fracasado estrepitosamente, pero igualmente, estaría también mintiendo. Lo cierto es que algo he aprendido, pero como la vida es un cambio constante es imposible creer que algún día dejaré de sorprenderme ante mí, mis sentimientos, mis ilusiones, mis miedos, mis deseos, mis pensamientos, mis temores, mi mente y mi alma. Si dejara de sorprenderme supongo que significaría que en algún punto dejé de vivir, para simplemente existir de forma estática. Y eso, es algo que desde luego nunca quise, quiero ni querré.

Por eso vengo a presentarme para poder despedirme. Aquí Astrid. Ayer una vez más, volví a sorprenderme. Me sorprendí llorando, como llevaba tres días haciendo. Y esta mañana, cuando he escrito esto, en la pausa entre trabajo y trabajo, me he sorprendido angustiada, desgarrada por dentro hasta las entrañas, como hacía mucho tiempo que no estaba. A punto de derrumbarme. Y esto por qué? Por él.

Porque llevo mucho tiempo pensando. Pensaba –y me aferraba a ello- que era mi amigo, que era solo sexo y que debía terminar todo ello para asegurar nuestra amistad. Y vaya si lo hice. Y fui feliz. Durante mucho tiempo pensé que había hecho lo correcto pero no contaba con algo. Y es que la gente avanza, cambia, y él no es la excepción. Me enteré en mi torbellino de trabajo en enero que estaba con una chica. Al principio la sensación fue de sorpresa y después de felicidad. Qué bien, mi amigo, enamorado.

Pero no. La felicidad dio paso a la melancolía. Desde que entré en esa etapa creo que no hay día en el que no haya leído lo que él me escribió y todo lo que yo escribí inspirada por él. Parecía querer alimentarme de ese pasado cerrado, sin marcha atrás. Aferrarme a él y negar la realidad de que él ya había avanzado, y yo tenía que hacer lo propio.

Me lo propuse. Seriamente, de hecho. ¿No hay tíos en el mundo acaso? El otro día comentaba con él cuánto tiempo hacía que llevaba sin sexo. Se sorprendió de que él hubiera sido el último, y a mí eso me ofendió. No me voy con cualquiera, ya me gustaría. Ya me gustaría poder simplemente dejarme llevar por aquellos que tanto me insisten. Y no he podido, lo intenté y fracasé estrepitosamente; de tal manera que quedé confundida y bloqueada, sin poder volver atrás pero sin poder avanzar al frente.

Pero con la mente fría, después de limpiarme las lágrimas, me pongo a pensar. ¿Tengo derecho a exigir algo? Que lo quiero es indudable, que lo deseo con todo mi alma también, pero no tengo ningún derecho a hacerlo. No lo tengo porque sé, que en cualquier caso, en una situación como la anterior, volvería a hacer lo mismo, porque me hundo en el miedo y no consigo querer a alguien como realmente se merece. ¿Qué derecho tengo de arrastrar a alguien a mi infierno particular y privarle del cielo que le ofrece otra chica? Ninguno.

Así que respiro, y pienso, alégrate por él. Pero no puedo, porque encima me resulta irritante. La veo, la oigo, la conozco y digo ¡no lo merece! ¿Pero qué sabré yo si no he sido capaz de amar dignamente? Es por eso que me digo, Astrid mantén la cabeza fría, piensa en él y esconde bajo llave toda esa meirda que te sale por dentro.

Y me come. Todo eso me come. Me angustia, me invade el estómago, el pecho y noto pinchazos cada vez que me imagino que la está besando a ella en vez de a mí.

Es por eso que necesito purificarme. Sacar todo y liberar a mi alma del peso de todo eso. Es en parte una de las razones por las que me voy. Llegué pensando sobre la forma en la que me relaciono y me voy pensando lo mismo, porque es un pensamiento que todos nos hacemos –y debemos hacernos- constantemente. Llegué en una relación, me voy sin estar en una, pero vine y me vengo sobre todo contenta, por mucho que pueda lamentarme. Como suele decirse supongo que tengo alegre la tristeza y triste el vino. Como siempre, de forma positiva.

Otro motivo es que voy a dedicarme a otros proyectos, proyectos que seguramente ocupen la mayor parte de mi tiempo, esfuerzo, energía y alma. Y así es además, como quiero que sea. No hay modo sino de liberar mi alma, limpiarla y dejar que siga hacia el futuro brillante que desde luego quiero conquistar.

La última razón de esta partida supongo que es simplemente que –como ya he dicho- las personas cambian, los ciclos se cierran y otros se abren. Así, empiezo quizás una nueva etapa. Diferente. Me voy sin saber si acaso volveré, pero con la máxima de siempre: vivir siempre, sin resignarme nunca a existir.

Haced vuestra esta máxima y simplemente, sed felices y estad satisfechos. Que es exactamente eso lo que pretendo hacer yo. Quizás nos veamos ahí, en ese futuro que conquistar. O quizás no, pero siempre nos quedará esta base común. Que nunca os falte el impulso vital, sobre todo eso. Mis mejores deseos para todos los que habéis formado parte de esta aventura, que termina, pero que abre ahora la posibilidad de un infinito nuevo de las mismas.

Retazos de una vida pasada, pero no por ello menos válido.

Que no te engañen. No existen los cuentos de hadas, las princesas viven en cuentos de terror. Cuentos donde nadie dice lo que piensa, ni hace lo que desea; sino lo que se supone que tiene que decir y hacer. Allí, los vestidos y zapatos son incómodos, no dejan correr; ni vivir en realidad. Los príncipes no son tan buenos y no protegen, solo aprisionan y ahogan. Los dragones a su lado son una bendición, y es que por lo menos a esos puedes odiarlos. Porque el problema comienza cuando quien amas es quien te está matando por dentro.