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astrid.rhys.jones@hotmail.com

martes, 11 de octubre de 2011

Al futuro.

¿Conocéis esa sensación anterior a la tormenta? ¿Esa calma, esa tranquilidad artificial, ese clima apaciguado que no parece irradiar más que paz y felicidad? Yo sí, y muy bien.

Tan bien que he aprendido a ver las señales, a saber que la ausencia de nubes es en sí una señal, porque se está más tiempo abajo que arriba. O tal vez no, pero lo notamos más. La cuestión es que he desarrollado una sensibilidad especial para estas cosas.

Mientras que al principio me pillaban por sorpresa y no tenía más que conformarme y levantarme, pronto aprendí a visualizarlas en el horizonte y a temerlas. Son detalles imperceptibles a la razón, pero no al subconsciente. Ahora, ya he pasado esa fase. Ya no sólo las veo, sino que las preveo; como cuando te despiertas de repente un minuto antes de que el despertador te taladre los oídos. Y sobre todo, ya no las temo; porque no dejo que me hagan caer.

Ahora me calzo las katiuskas, me pongo el chubasquero y agarro el paraguas con fuerza. Si mantengo la cabeza lo suficientemente fría incluso me acuerdo de subir el volumen de la música para no oír siquiera los truenos. Así que ven, porque no me vas a derribar esta vez.

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Retazos de una vida pasada, pero no por ello menos válido.

Que no te engañen. No existen los cuentos de hadas, las princesas viven en cuentos de terror. Cuentos donde nadie dice lo que piensa, ni hace lo que desea; sino lo que se supone que tiene que decir y hacer. Allí, los vestidos y zapatos son incómodos, no dejan correr; ni vivir en realidad. Los príncipes no son tan buenos y no protegen, solo aprisionan y ahogan. Los dragones a su lado son una bendición, y es que por lo menos a esos puedes odiarlos. Porque el problema comienza cuando quien amas es quien te está matando por dentro.