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astrid.rhys.jones@hotmail.com

domingo, 23 de octubre de 2011

Noche de viernes

El mundo está en franca decadencia. No hablo de la "pechonalidad" de las presentadoras en televisión - que por cierto, recientes estudios demuestran que son inversamente proporcionales a sus cerebros- ni del cambio climático -que ¿hola? ¿Calentamiento global? Que me lo cuenten a mí y a mi aguado verano-, ni siquiera de -como lo llamó un periódico estadounidense- la "berlusconización" que se da en este país de gente demasiado loca y gente demasiado cuerda. NO. No hablo de nada de eso; que podría pero es que prefiero hablar de mi misma y mi reino de gente extravagante, que yo al menos soy más original y quizás hasta tenga remedio. Viva mi narcisismo de enferma cínica en domingo soleado.

A ver, hablábamos de mí ¿no? Sí de mí, ah y de la decadencia de todo lo que no soy yo. En fin, esta historia tiene su espeluznante comienzo -aunque yo todavía no lo sabía- en un martes. Y es que este año los martes, día de más temprana entrada y mayor trabajo, se han convertido en el día odioso de la semana. Total, que iba yo tarde esa mañana; tanto que ni pude tomarme el café y me fui tal cual a la guerra. Con tan mala suerte que, por algún tipo de alineación planetaria o capricho del dios al que fastidiara en días anteriores, tuvo que venir a interrogarme la general de turno. Que me requerían de servicio el viernes a la noche. Mi adormecido cerebro solo logró conectar esas pocas palabras con discoteca, fiesta, nosotras, divertido. Y ¡pum! Mi boca, en clara desobediencia a mi cerebro, alma e instintos, aceptó. Creo que incluso sonreí, idiota de mí. En mi defensa alegaré que mis niveles de cafeína estaban por los suelos y mi cerebro fue incapaz de idear ninguna excusa que me librara de acompañarlas en esta tercera vez. Porque sí, era la tercera vez que me requerían y ya me había escaqueado las dos anteriores. En menos de lo que tardo en encender un cigarro, ya tenía hasta la entrada de la sala en mis manos.

Esa tarde, mientras andaba en mi cuarto intentando recuperarme de la traumática experiencia que había resultado el día, una de las generales decidió contactar conmigo "para concretar detalles". Já. Hay que admitir que me hizo sentir alagada, y es que por lo visto soy una de las pocas "vips" a las que les comentaron el evento, según me dijo -lo cual me hizo desear haber sido más borde con ellas hace unos meses, suerte que han tenido las otras-. Porque claro esas otras "no les caen bien". Como me aburría mucho le pregunté por los motivos. En palabras de la general "al trabajo se va a trabajar", y "es que ellas se creen que eso es una pasarela para lucir modelito y ligar con los compañeros" y eso no puede ser. Yo me reí educada -no tenía muy claro que se debía decir en estos casos- y ella aprovechó mi posterior silencio para empezar un ininterrumpido tiroteo contra los modelitos y ligoteos de las otras, porque como en el trabajo las tiene muy cerca está al tanto del todo.

No hace falta decir que yo a estas alturas ya me había perdido y pensaba: pero vamos a ver alma de cántaro ¿pero tú no decías que al trabajo ibas a trabajar? ¿Qué vas? ¿A trabajar o a cotillear?. Pero claro, aterrada ante la idea de dejar de ser una de las vips y pasar a ser una de las fusiladas estilísticamente decidí guardarme ese comentario.

Total, desde ahí mi mal humor fue en aumento según se iba acercando el viernes. Pero bueno, decidí ser optimista, que no positiva eh. Así que ahí me dirigí, vestida con minifalda, zapatos de tacón, una gota de maquillaje y litros de cinismo. Pero con una sonrisa eh. Habíamos quedado a las diez y media, con lo cual yo supuse que antes se haría una ronda de bares o beberíamos cual vagabundas -eso sí, vagabundas muy monas- en un parque cualquiera. Pero no, ¡que íbamos ya a la discoteca!

Ahí mis más profundos instintos se revelaron. Y es que vamos a ver, ni la sala podía estar abierta a esa hora! ¿Hola? A este paso quizás nos encontremos con mi hermano menor de edad dentro... Al final nos fuimos de bares. Yo pedí una heineken, y ellas "sin alcohol", una incluso cocacola. Porque es que cuando beben se desmadran mucho, me dijeron picaronas.

Admito que pasé un buen rato, bailamos en los bares y a mí no hay cosa que me guste más que bailar. Pero sobre las doce o así, les pareció que ya "se nos estaba haciendo tarde" -wtf?- y emprendimos el camino hacia la discoteca donde nos reuniríamos con más generales y gente vip. Y entramos. y a mí casi me dan ganas de salir corriendo. La sala estaba vacía, a excepción de:

1. La camarera en la barra.
2. El dj.
3. La azafata y el fotógrafo del photocall patrocinado por Licor 43.

Vamos, ¡vacía! Yo me fui derecha a la barra a por un vodka con limón, que me temblaban las piernas de ver tanto espacio ¡espacio incluso para caerme! ¡Tumbarme! ¡E incluso revolcarme por el suelo! Por dios, que se supone que en la palabra "discoteca" van implícitas las de "muchedumbre", "calor" y "apretujamiento". En fin, tras una hora, de la cual media pasamos escondidas en el baño por la vergüenza, empezó a llegar gente y eso se animó. No hace falta decir que me rompí a bailar con cada una de las canciones, me lo pasé realmente chachi bailando con las generales y demás gente vip. Pero hacia las dos o dos y media de la mañana los pies empezaban a dolerme y el baile regetonero empezaba a cansarme mucho, muchísimo. Así que como sabía que Bucay estaba Mikel, le whatsappee a este último para ver donde estaban y tras varias excusas, a falta de cafeína bueno es el alcohol para la imaginación, me fui de la discoteca después de varios abrazos colectivos con las generales.

Los ánimos por allá tampoco estaban muy altos. Bucay estaba atravesando un momento de melancolía en el que decidí a acompañarle. Fuera, sentados en unas escaleras, con el culo congelado y preguntándome la estúpida razón que me había llevado a ponerme tacones por millonésima vez, pasé el mejor rato de la noche hablando con mi amigo. De todo y de nada, nos comíamos el tiempo poco a poco, parando solo para ocasionales administraciones de nicotina.

Hasta que nos interrumpieron el resto de coleguillas de Bucay para apalancarse con nosotros. Podría decir, en afán por aumentar todavía más mi ego, que es que no pudieron resistirme a mis largas y preciosas piernas y tuvieron que arrastrarse hasta mí, pero lo cierto es que le llevaban chupando el culo toda la noche a Bucay y como mucho, lo único que tenían de mí eran celos. Aunque cierto es que Mikel, aun habiéndose pasado toda la semana dándome la chapa con una tal Sylvia, empezó a ponerse pesado y a invadir mi espacio, hasta que vio que yo pasaba de él e hizo lo propio. Gracias a dios. A las cuatro y media, Bucay y yo, cogíamos un taxi de vuelta a nuestro barrio. Una vez allí para seguir con la charla me acompañó hasta casa. Mis tacones, sus zapatillas. Los mecheros encendiendo unos últimos cigarrillos. Algún coche en la noche. Y las estrellas en el cielo mientras nosotros les hablábamos. Y solo por eso, valió la pena el catarro que hoy todavía arrastro.

1 comentarios:

Karl dijo...

Bueno no pasa nada, te cuidamos nosotros ese catarro = ). Mejorate y recuerda: Mañana no trabajes mucho que nos hay fiesta = )

Retazos de una vida pasada, pero no por ello menos válido.

Que no te engañen. No existen los cuentos de hadas, las princesas viven en cuentos de terror. Cuentos donde nadie dice lo que piensa, ni hace lo que desea; sino lo que se supone que tiene que decir y hacer. Allí, los vestidos y zapatos son incómodos, no dejan correr; ni vivir en realidad. Los príncipes no son tan buenos y no protegen, solo aprisionan y ahogan. Los dragones a su lado son una bendición, y es que por lo menos a esos puedes odiarlos. Porque el problema comienza cuando quien amas es quien te está matando por dentro.