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astrid.rhys.jones@hotmail.com

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Paz

Estaba yo pensando esta mañana en lo genial que soy y fantástica que es mi vida -se nota el café y la mejora de la enferma ¿verdad?- y es que ayer por la tarde, a pesar del trabajo acumulado, seguí a mi instinto y me largué al centro sola. En plan deportista 100%, me puse una falda bonita, medias negras, tal y cual, y con los patines en la mochila me largué a la zona de la Rivera.

Elegí cuidadosamente la hora, ésa a la que ya es de noche -pero solo porque llega el invierno- al tiempo que no hace tanto frío como a las once. Y ahí, entre luces artificiales y alguna que no tanto, paseé. Con todo en contra: el viento en la cara y el agua en la ría. Daba igual, podía con todo, era libre y nadie me lo podía impedir. Tras un buen rato y unas cuantas vueltas acabé en la punta contraria, sentada en un banco, escribiendo.

Notaba la sangre bombear en mis venas, al tiempo que no notaba el frío del refrescar nocturno. Enfrascada, con un pequeño cuaderno en el regazo, sentía que podía ser, hacer y crear todo lo que yo quisiera. No era consciente de nada de lo que ocurría a mi alrededor, lo único que conseguía hacerme levantar la cabeza era el ocasional parpadeo de la farola que alumbraba mi escritura. Aun rodeada de gente hacía tiempo que no tenía un momento tan íntimo, es lo bueno de la gran ciudad, que a todos nos acoge como una puta para recibir al siguiente al rato y no recordar al anterior; lo bueno del anonimato. Hasta permití que se me humedecieran los ojos, tenía mucho que dejar ir y ahí como el agua, se alejó de mí todo ello. Estuve ahí largo rato, hasta que la adrenalina de la carrera dejó de surtir efecto y empecé a ver a mi alrededor. Había alguna especie de feria del libro así que cambié los patines por las botas y ahí me fui, aunque más por curiosear que por comprar realmente algo.

Algo más tarde emprendía la vuelta a casa. Cuánta paz entre el gentío.

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Retazos de una vida pasada, pero no por ello menos válido.

Que no te engañen. No existen los cuentos de hadas, las princesas viven en cuentos de terror. Cuentos donde nadie dice lo que piensa, ni hace lo que desea; sino lo que se supone que tiene que decir y hacer. Allí, los vestidos y zapatos son incómodos, no dejan correr; ni vivir en realidad. Los príncipes no son tan buenos y no protegen, solo aprisionan y ahogan. Los dragones a su lado son una bendición, y es que por lo menos a esos puedes odiarlos. Porque el problema comienza cuando quien amas es quien te está matando por dentro.