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astrid.rhys.jones@hotmail.com

jueves, 26 de enero de 2012

Rebuscando lo he encontrado. Similitudes con el presente.

Me desperté y en una fracción de segundo supe dónde estaba y con quién, incluso creí entender el por qué. Miré de reojo y lo vi a mi izquierda, dormido todavía. Suspiré aliviada, eso me daría un margen de maniobra.

Aún tumbada, mirando sin ver el techo blanco en la oscuridad, flexioné las rodillas hacia el pecho. Correcto. Con los brazos a los lados me atreví a mover ligeramente los dedos. Todo bien. Doblé los codos. Nada. Parecía haber sobrevivido,  y sin daños.

Me incorporé con cuidado, intentando que no notara como el calor sobre su brazo derecho desaparecía. Solo al sacar las piernas de la cama noté el dolor, resoplé. Por la intensidad calculé que me saldría algún cardenal en la parte alta de los muslos, pero que el dolor al abrir y cerrar las piernas desaparecería en unos dos días.  Qué más daba, no tenía ningunas ganas de meterme en la cama de nadie más en las semanas siguientes; ni en los próximos meses, la verdad. Pero tendría que vérmelos yo, y eso ya sería suficiente recordatorio. Prueba de mi debilidad, infamia e infinita estupidez.

Busqué la ropa por el suelo. No recordaba exactamente dónde me había arrancado cada cosa. Tanteando reuní todo y comencé a vestirme. Mientras me abrochaba el sujetador lo observé. Dormía, e incluso dormido me resultaba jodidamente sexy.

Terminé de vestirme, recuperé mis zapatos de detrás de la mesa, agarré mi bolso y garabateé una nota en mi libreta. La descarté. Volví a escribir otra. No me convencía. Al final simplemente escribí una excusa que nadie que realmente me conociera se hubiera creído, la dejé encima de su mesa y me fui.

Salí triste, no era eso lo que realmente quería; pero era lo que había que hacer, qué menos. Me fui a la cafetería más madrugadora de la zona y pedí un café solo para hacer tiempo hasta el primer metro de la mañana. Salí a tomármelo fuera, y mientras me fumaba un cigarro me replanteé todo. ¿Por qué me hacía esto a mí misma?

Los daños físicos eran leves, pero ¿y los psicológicos? Al pan pan, y al vino vino, chica; me dije, deja de escudarte en el alcohol, el deseo y esas mierdas. Porque la realidad es, que todo eso es transitorio pero pesa para siempre, y te estás desviando.

Apuré el café. Apuré el cigarrillo. Y corrí al metro. Se había acabado.

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Retazos de una vida pasada, pero no por ello menos válido.

Que no te engañen. No existen los cuentos de hadas, las princesas viven en cuentos de terror. Cuentos donde nadie dice lo que piensa, ni hace lo que desea; sino lo que se supone que tiene que decir y hacer. Allí, los vestidos y zapatos son incómodos, no dejan correr; ni vivir en realidad. Los príncipes no son tan buenos y no protegen, solo aprisionan y ahogan. Los dragones a su lado son una bendición, y es que por lo menos a esos puedes odiarlos. Porque el problema comienza cuando quien amas es quien te está matando por dentro.