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astrid.rhys.jones@hotmail.com

domingo, 4 de diciembre de 2011

Entre tiburones.

Se quedó muy quieta. Como paralizada. No es que lo estuviera en realidad, pero ante un tiburón -como él- es lo que solía aconsejarse. Así que se quedó ahí, parada, al lado suyo pero lejos de él y muy cerca del resto. Sin apenas moverse lo miró de reojo y rápidamente volvió a bajar la vista al suelo. Estaba escuchando al resto.

Se estremeció de arriba a abajo cuando soltó una carcajada, y sin saber muy bien por qué, se sonrojó cuando escuchó su voz replicar con otra broma. Pero siguió sin moverse. Estaba segura de que él -como tiburón experimentado- podría dar con cada una de sus debilidades en menos de un minuto, medio si encima llamaba su atención.

Pero entonces, fue él el que llamó la de ella. La miró, podía sentir su penetrante mirada clavada en ella aunque siguiera con la cabeza gacha. Lentamente la levantó, lo miró y sonrió como pillada in fraganti. Él posaba con su sonrisa de medio lado. Genuina, auténtica. Durante unos segundos solo existían ellos dos.

Y entonces, dentro de su burbuja, él rompió el silencio:

-¿Me acompañas?

Consiguió mantener la compostura, fingió indiferencia, sacudió los hombros y asintió. Muy bien trabajada la pose; pensó para sí misma. Él sin embargo rió por lo bajo, condescendiente. Después se dio la vuelta y, mientras ella todavía trataba de controlar sus nervios, les dijo algo al resto. Alguna excusa, alguna justificación de a dónde iban.

Empezaron a caminar.

-¿A dónde vamos?-Preguntó ella curiosa.

-Eh... pues la verdad es que no lo tengo muy claro.-Respondió él con la vista perdida, para acto seguido mirarla interrogante, como esperando que ella lo retara.

-Eso está bien-Contestó ella sonriendo sin embargo. Al fin y al cabo, pensó, ella tampoco sabía a dónde iba todo esto.

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Retazos de una vida pasada, pero no por ello menos válido.

Que no te engañen. No existen los cuentos de hadas, las princesas viven en cuentos de terror. Cuentos donde nadie dice lo que piensa, ni hace lo que desea; sino lo que se supone que tiene que decir y hacer. Allí, los vestidos y zapatos son incómodos, no dejan correr; ni vivir en realidad. Los príncipes no son tan buenos y no protegen, solo aprisionan y ahogan. Los dragones a su lado son una bendición, y es que por lo menos a esos puedes odiarlos. Porque el problema comienza cuando quien amas es quien te está matando por dentro.