Ahora duele, las heridas siempre lo hacen. Y más dolerá cuando toque curarla con agua oxigenada para no dejar que se infecte. Pero todo acaba por curar y cicatrizar ¡y en ocasiones ni siquiera quedan marcas!
Pero me duele tanto verla así, me duele tanto no poder hacer nada para ayudarla. Si ella quisiera, yo lo daría todo por ella, porque ella es todo. Son muchos años ya, muchos años entendiéndonos, desentendiéndonos, odiándonos y queriéndonos. Sobre todo eso, queriéndonos.
Es mi apoyo, mi esperanza, mi luz cuando no sé qué hacer. Soy su osito, la loca que hace que ponga los ojos en blanco, la que puede (¡jodeos chicos!) quedarse dormida encima de su pecho.
Si llora, muero. Si ríe, resucito. Sé que, pronto, todo esto pasará y ella volverá a ser la de siempre. Pero mientras tanto, sabe que yo seguiré aquí con vendas y tiritas para curarla y hacer que duela menos.
Ela, aquí Astrid. Estés donde estés, estoy contigo.

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