Y hasta ahora yo era de estos últimos. Nunca me había parecido difícil mantener una amistad con alguien al que quisiera como amigo, nunca. Y menos con David. El tío con el que podía mantener una conversación de borrachos sin perder la dignidad, el tío con el que podía hablar de todo, comer patatas a las tantas de la madrugada, probar la cerveza por primera vez, con el que podía sentarme horas en un callejón en silencio mirando al infinito sin que fuera incómodo y sentirme reñida de modo cariñoso por fumarme un cigarrillo. Ése es mi amigo, esa soy yo.
No puedo soportar la idea de que ahora él sea ese que se declaró y yo esa que le besó, que le di esperanzas por no perderlo, cuando en realidad lo único y mejor que me une a él es su amistad.
Diría que está todo perdido, que es irrecuperable. Que nunca podremos volver a ser amigos. Bien, no sé si será el café o que es todavía demasiado pronto, pero desde luego hay algo que tengo claro: haré lo imposible por recuperar su amistad. Quien dude de que podamos, no nos conoce. Ni a él, ni a mí.

0 comentarios:
Publicar un comentario