Hago el tonto y me río. ¡Astrid tía...! Oigo por hay, bah si no lo hago ahora ¿cuando lo voy a hacer? ¿A los cuarenta? Sí bueno, entonces también. Llegamos a un bar. La música atronadora en los altavoces. El ambiente sofocante. Nos acercamos a la barra.
Hacemos un rápido recuento: dos cubatas, tres chupitos,... Bien, pedimos y el camarero nos sirve. Pagamos y vamos a una mesa. El alcohol calienta, y no solo el cuerpo, también las ideas. Y nos ponemos a jugar. Prueba tras prueba, trago tras trago, incluso la más tímida se suelta.
La gente nos mira sonriendo, les divierten las locas del bar, a casi todos por lo menos. Por ahí hay alguna y alguno que mira con condescendencia. Con ese maquillaje perfecto, el vestido ideal y los zapatos que dan vértigo. Con el pelo liso, o rizado, como en un anuncio de loreal y un vaso en la mano. Con la barbilla alta y una sonrisa de suficiencia mientras nos mira.
Y sí, quizás sean efectos del alcohol pero puedo leer la pregunta impresa en su cara: ¿Es que no tenéis verguenza? Me río y la miro directamente a los ojos, retándola a decirme que no nos podemos divertir así, a que me pregunte donde dejé mi corona o me diga cortante que estamos locas. Y desvía la mirada.
Quizás estemos locas, no llevemos coronas o hayamos perdido la vergüenza, pero en el mismo instante en que hemos cruzado nuestras miradas ella ya se ha dado cuenta: nos da igual. Y lo que es más, sabe que mientras nosotra vamos a estar descojonándonos toda la noche a ella esos zapatos ya le han hecho ampollas.
Todavía queda mucha noche por delante, pensamos; yo sonriendo y ella suspirando mientras mira el reloj.

0 comentarios:
Publicar un comentario