Sería perfecto si fueran fieles a la verdad... pero no. Dicen que que somos dueños de nuestros silencios y esclavos de nuestras palabras, aunque no es del todo cierto. Somos dueños de lo que el resto interpreta sobre nuestras palabras. Y la etiqueta que nos cuelgan.
No. Es verdad. No soy una princesa, no llevo una corona, no me interesa que me acompañes hasta el portal. Prefiero leer o jugar al poker antes que ver un programa de cotilleo. Canto a grito pelado con una voz que es de todo menos angelical. Y soy una de las personas más desordenadas del mundo. No busco un cuento de hadas simplemente porque hace años encontré uno y resultó un cuento de terror donde todo dolía demasiado. Odio la frivolidad. No me gusta llorar en público porque me hace sentir desprotegida. Pero...
Sí. También es verdad. Soy una mujer. Adoro leer, bailar y reír. Fumo y bebo porque me gusta. Hablo con quien quiero y escucho; escucho a aquellos que quiero. La música me hace sonreír, tarareo hasta de dormida. Y también, como a muchas mujeres y hombres, me encanta ir de compras. La ropa, los zapatos, el maquillaje,... en fin, son parte de mí, pero no lo suficientemente grande para que resulte frívola. Hago las cosas más extrañas del mundo, pero solo porque sé que me van a hacer feliz. Odio que se me infravalore y se me juzgue sin conocerme, porque no soporto los prejuicios.
Soy feliz siendo quien soy y estoy satisfecha conmigo misma. Es más, estoy orgullosa de ser lo que soy...
Hasta que alguien lo ensucia. "No eres una princesa, no eres mujer" parece ser el lema. No cuentas, no vales. Duele y mucho. Porque nací mujer y estoy orgullosa de ello, pero eso no supone que tenga que cruzar las piernas cada vez que me siento o mirarme las uñas como si fuera lo más importante en este mundo. O aún más, que tenga que buscar algo que realmente ya no quiero. Porque una mujer tiene que buscar al amor de su vida, casarse y tener hijos... O eso dicen. Y si no quieres eso, es que tú... tú no eres una mujer. Entonces ¿qué soy? ¿Un hombre?
Me río. Es gracioso. ¿Yo pensar como un tío? Es una broma. Tengo humor, adoro el humor. Pero los días pasan y "algo" hace que esa broma se convierta en etiqueta. Algo que pesa. Que pareces llevar marcado en la frente, como un tatuaje. Y duele como si te estuvieran clavando ahora mismo la aguja... Y no parece haber suficientes lasers para borrarlo. Te estigmatiza. Te hace esclava. Esclava de un supuesto. Esclava de esa opinión, del resto.
Nunca más serás esa chica que adora reír, bailar y leer. O que fuma. O que se compró ayer unos zapatos nuevos y escucha esa otra música. No. A partir de ahora serás solo tu etiqueta. "Como un tío". Y serás de ese grupo. Tu opinión como mujer queda invalidada ("Astrid no cuenta, que está con los tíos") y eso te aplasta. Aplasta tu feminidad, lo que siempre has sido, lo que ves en el espejo y tanto te gusta. Y aunque son tonterías, tonterías que en realidad sabes que no son ciertas... Duele. Pero no lloras ni te quejas. Algunos dirán: "claro, porque eres como un tío". Pero no. Ni lloro ni me quejo, porque si lloro me siento desprotegida y se me corre el rimel, y no me quejo porque entonces dirán que estoy "poniéndome gallito... como un tío".

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